Los gatos en el antiguo Egipto

Imagen de Bastet

Muchas veces, cuando hablamos a nuestros gatos o les regañamos porque han tirado un jarrón de la estantería nos damos cuenta de que nos observan con mirada extraña, como si no comprendieran por qué un ser inferior se digna a hablarles en un tono tan inadecuado para dirigirse a alguien de su nivel. Tienen razones para hacerlo: no en vano mucho antes de que naciésemos sus abuelos eran prácticamente dioses.

Viajemos en el tiempo más o menos al año 2.900 antes de Cristo y en espacio hasta el delta del Nilo. Comienza a adorarse a una diosa de la que se cuenta que defendió al dios sol Ra de la maligna serpiente Apofis, representante del mal. Su nombre era Bastet y su forma la de una gata.

Es normal que una civilización agrícola como la egipcia adorara a estos animales y les considerase benefactores: se encargaban de controlar plagas tan perniciosas para el grano y los cultivos como las ratas y ratones. Tan importantes (y queridos) eran que se les consideraba uno más de la familia: cuando enfermaba el gato se le dispensaba el mismo cuidado que a cualquiera de los otros niños y, en el caso de que muriera, el resto de miembros se afeitaba las cejas en señal de luto, se les momificaba con el mismo método usado en los humanos y se celebraba un funeral con sarcófago incluido.

Es curioso que, pese a su importancia, no hubiese una palabra que designara al felino domesticado en la lengua egipcia. Se conformaban con llamarle "Miw" recordando el sonido de sus maullidos.

Si los mininos de una casa cualquiera eran tratados así, ¿cómo sería la vida de aquel bigotudo afortunado que residiera con los sacerdotes de la ciudad de Bubastis, consagrada a la diosa Bastet? Según los testimonios se le trataba como si fuera la mismísima deidad encarnada, pero no hemos podido encontrar una descripción de los mimos palaciegos que se le dedicaban.

La veneración de Bastet se convirtió en una de las más populares de Egipto. Tanto que afectó a otra diosa con atributos felinos, Sejmet. Aprovechando su cabeza de leona algunos sacerdotes pensaron que sería una buena solución fusionar cultos pero la idea no llegó a buen puerto: mientras que la diosa gata era protectora y benefactora; la leona era oscura y guerrera.

No sabemos a ciencia cierta cuándo se produjo el declive de Bastet, aunque hay quien lo asocia a la llegada el periodo helenístico y los monarcas de origen griego. Al parecer los helenos creían que el culto a los gatos era exagerado. Esto puede decepcionarnos pero, paradójicamente, debemos precisamente a los griegos la introducción de los gatos en Europa. Se cuenta que dos comerciantes, viendo que las mascotas egipcias eran más eficaces cazando ratones que serpientes y hurones, se hicieron con una pareja y los llevaron a Atenas. Nuestros amigos son, según esta leyenda, descendientes directos de aquellos "Adán" y "Eva" peludos.

Igual que a los antiguos griegos puede sorprendernos que un animal doméstico, por simpático que sea, fuese tratado como un ser poderoso y sobrenatural. Pero pensémoslo bien porque, en cierta manera, las cosas no han cambiado: seguimos cuidando, alimentando, mimando y adorando a esos dioses en pequeñito que son los gatos de nuestra casa.

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