El fado portugués

Fado

"El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también le abandonó". Quizá no hay mejor ni más poética definición que esta que hizo Fernando Pessoa sobre el canto portugués por excelencia, incluso se podría decir que esta descripción comparte el tema y el ritmo del melancólico canto portugués que han popularizado cantantes como Mariza, Dulce Pontes o Misia .

Como suele suceder con las expresiones culturales muy arraigadas en su tierra original, del fado no se saben a ciencia cierta sus orígenes, aunque sí hay muchas teorías al respecto: se dice que viene de las mujeres de marineros naufragados que cantaban sus saudades (palabras de melancolía que expresan que algo perdido no volverá); también se cuenta que fueron los marineros lisboetas los que adaptaron los cánticos de los esclavos brasileños a sus inquietudes; y por último citaremos aquella que habla de los cantos de añoranza de los musulmanes de Lisboa tras la conquista de la ciudad por parte de los cristianos.

Sin embargo, no se citaría al fado como tal hasta 1838. Hay quien ha querido ver en la del canto lisboeta una historia paralela a la del tango argentino: un lamento musical nacido al calor de los locales en los que marineros y canallas porteños se reunían. La historia se vuelve a convertir en leyenda debido a una historia de amor entre Maria Severa Onofriana, prostituta reconvertida en la primera fadista, y el Conde de Vimioso. Una novela de Júlio Dantas sobre esta relación titulada A Severa, y su adaptación a la gran pantalla en la que sería la primera película sonora portuguesa contribuyeron a la popularización del fado.

Si "la Severa" fue la primera fadista; aquella que internacionalizaría el fado sería la mítica Amália Rodrigues. Actuó en los principales escenarios de Nueva York, París, Buenos Aires, Tokio e incluso Moscú. Este género musical cobraba cada vez mayor importancia; pero las circunstancias lo acabaron asociando a la dictadura de António de Oliveira Salazar. A partir de los años 70, tras la revolución de los claveles, el fado se volvería un legado incómodo: citaremos el caso de la cantante Mariza, que afirma que en su juventud el fado era detestado por la mayoría de jóvenes por motivos políticos pese a los esfuerzos de figuras como Carlos do Carmo que, por cierto, era de izquierdas.

Irónicamente la apertura de la nueva Portugal al exterior difundiría el fado más que nunca. El mundo entero se enamoraba de esta música y demandaba más temas y más cantantes. Finalmente en 2011 se convertía en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Un final feliz para un género triste, pero sublime.

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