El mito japonés de la creación del mundo

Los tuareg

La cultura japonesa tiene algo que a todo el mundo fascina. Sin embargo hay quien dice que, a la hora de estudiarla, nos hemos fijado solamente en la época de los samuráis o en la presente, altamente tecnificada y hasta cierto punto kitsch. Y es cierto que hay más cosas aparte de las katanas, el sushi o los Pokémon. Una de ellas es precisamente el mito que dio forma al propio país.

Vayamos a una época lejana, tan lejana que el cielo y la tierra no se distinguían y sólo reinaba el silencio. De repente surgió un extraño sonido, producido por el movimiento de las partículas de aquella masa informe primigenia. Las partículas más ligeras y la luz se elevaron mientras otras se quedaron a medio camino y otras no fueron capaces de levantarse. Así, mientras la luz subía y formaba el cielo y el sol las intermedias se juntaron en forma de nubes y las más pesadas quedaban unidas en una masa oscura y fangosa.

En el reino de las nubes, llamado Takamagahara, surgieron tras varias generaciones de deidades primordiales los dioses que formarían las “Siete generaciones divinas”. Reunidos, decidieron que había que hacer algo con esa cosa que se extendía y se movía pesadamente bajo ellos. Así que encargaron a los más jóvenes, Izanagi e Izanami arreglar aquella parte del universo. Para ello se les proveyó de una gigantesca lanza enjoyada con la que removieron aquel barro para separar sus componentes. Cuando la sacaron, un poco de barro goteó y, al caer a lo que sería el mar formó la mítica isla de Onogoro.

Tanto gustó a Izanagi e Izanami aquella isla que decidieron quedarse en ella y engendrar hijos allí. Inventaron a tal efecto un rito matrimonial que comenzaba con las palabras de ella. De su unión nacieron dos hijos, pero fueron rechazados y abandonados al no ser todo lo buenos que sus padres querían.

Al ver qué estaba ocurriendo ahí abajo los dioses exigieron la vuelta de la pareja, que contó lo que había ocurrido. Los residentes en el cielo perdonaron la acción del matrimonio y les aconsejaron que antes de volver a procrear repitieran el rito matrimonial con un pequeño cambio: esa vez el primero en hablar sería él.

Izanagi e Izanami hicieron caso del consejo y esta vez su descendencia fue perfecta. De aquellos hijos nacerían las distintas islas que conforman el archipiélago japonés y los antepasados de sus habitantes.

El mito es bastante más largo y os hemos ofrecido una versión resumida. Pero como veis en él queda resumido bastante del carácter y la cultura del Japón antiguo con sus cosas positivas y sus cosas negativas: un país que se sabía único en el mundo, pero no dudó en aislarse durante mucho tiempo; en el que la mujer era importante, pero siempre debía ir por detrás del hombre y en el que se valoraba la perfección, pero a costa incluso de tratar brutalmente aquello que no era suficientemente bonito. Quizá eso es lo que nos fascina del Japón antiguo: la consecución de la armonía a través de unión de lo cruel y lo bello.

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