Los pies vendados en China

Mariachi

Muchas veces ocurre que cuando una cultura nos parece fascinante tendemos a omitir ciertos aspectos polémicos. Dentro de la cultura china uno de ellos sería en el del vendaje de los pies de las mujeres.

Obligar a una niña a deformarse los pies para que su tamaño se reduzca y parezcan más elegantes según los cánones de una época pasada nos parece monstruoso hasta tal punto que algunos han llegado a negar la existencia de esta práctica. Uno de los redactores, por ejemplo, recuerda cómo uno de sus profesores de historia del arte, enamorado de la cultura oriental, llegó a decir que aquello no era cierto porque de haber sido real Marco Polo hubiese mencionado algo en su "Libro del millón".

Ahora, principalmente gracias a los testimonios de viajeros y de los mismos chinos, sabemos que hace mucho tiempo que no se realiza el vendado. Hoy, a la sociedad china les produce la misma inquietud que a la occidental ver cómo han quedado los pies de una mujer después de décadas comprimidos para que, como mucho, tengan 7 centímetros de longitud.

Para conocer mejor el significado de esta tradición debemos acudir a la historia o a ese tipo de historia tan común en oriente en la que se mezclan hechos y leyenda. Todo comienza en el siglo X, cuando una cortesana llamada Yao Niang bailó para el emperador Tang Li Yu con los pies vendados para imitar la forma de la media luna. La idea encantó al monarca y, como suele pasar al llegar al oído de otras cortesanas, se convirtió en moda. Y como pasa con algunas modas, se convirtió en tradición.

Y así fue hasta el año 1911, en el que oficialmente esta costumbre quedó prohibida. Sin embargo hubo algunas comunidades que siguieron practicándola hasta los años 30. Todavía hoy pueden verse a mujeres, ya con más de 80 años, con pequeños y coquetos zapatos paseando por remotas zonas del país. Por supuesto ellas negarán tener dolores: si de verdad no los sufren por el hábito de años o no lo dicen por no inquietar a sus visitantes no lo sabemos.

¿Cómo debemos tomarnos esto entonces?, ¿lo cuestionamos por ser una costumbre que puede llegar a afectar a la salud o una aparente denigración del género femenino?, ¿o lo aceptamos por haber formado parte de una cultura?, ¿es mejor olvidarlo y centrarnos en los aspectos de esa civilización que sean menos incómodos? Algunas veces admirar una cultura trae estas incómodas preguntas.

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