Los cafés vieneses

En un café de Viena...

Viena, capital de un imperio dorado, barroco, pausado… ¿qué mejor lugar para admirarla que la butaca de uno de sus cafés? Estos locales han quedado tan ligados a la capital de ustríaca que sería difícil concebir su legado cultural, “científico” e incluso político sin ellos.

¿Desde cuándo podemos hablar con propiedad de un “café vienés”? Hay opiniones encontradas: mientras unos dicen que la primera licencia para abrir uno fue concedida a un tal Georg Franz Kolschitzkyen en 1683, otros dicen que el pionero fue el emigrante greco-armenio Johannes Diodato, introductor de la estimulante bebida allá por 1685.

Una importante novedad llegó en 1720. Los cafés empezaron a ofrecer entres sus servicios el acceso gratuito a la prensa del día. Comenzaba así la larga tradición de tertulias intelectuales y de bohemios sin dinero que ya nunca abandonará a sus establecimientos: recordemos esa regla de cortesía que permite al cliente permanecer en el establecimiento todo el tiempo que necesite para tomarse su bebida.

La época dorada de los cafés de Viena sería la del siglo XIX, aunque no comenzaría demasiado bien: Napoleón prohibió el “tráfico de café”, lo que se tradujo en tasas demasiado altas aplicadas a su comercio. Así, en 1808, los empresario de la ciudad buscaron el modo de seguir teniendo ingresos ofreciendo bebidas alcohólicas y comidas: de ahí que hoy existan los llamados “Kaffee-Restaurant” en los que a cualquier hora podéis pedir tanto un famoso melange (semejante al cappuccino) como un contundente Wiener Schnitzel.

Poco han cambiado las cosas desde entonces, lo que ha dado lugar a multitudes de anécdotas: todavía siguen funcionando a pleno rendimiento aquellos cafés en los que Freud explicaba sus teorías sobre el psicoanálisis, en los que Trostky hacía más llevadero su exilio de la Unión Soviética, en los que poetas aprovechaban la tan cívica y vienesa regla de cortesía antes citada para suplir su falta de domicilio fijo… aunque, poniéndonos críticos, sí que hay cosas que han sufrido cierta transformación: claro está que hablamos de precios “para turistas” y cierta masificación, pero bueno… ¿qué más da si podemos tomar un sorbo a una taza allá donde pasó horas y horas nuestro artista decimonónico preferido?

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