Kilroy, una leyenda de guerra

Kilroy Was Here

Para muchos veteranos de la Segunda Guerra Mundial es una estampa conocida: el dibujo de un monigote que asoma su larga nariz por una línea que simula un tabique y, bajo la cual, aparecen la frase “Kilroy was here” (Kilroy estuvo aquí).

Se trató de un misterio de aquella contienda pues nadie sabía con seguridad quién era el tal Kilroy (si es que llamaba así) y por qué marcaba algunos lugares con su firma. La primera vez que el dibujo apareció fue al entrar las tropas americanas en Túnez, durante la primavera de 1943. A medida que el ejército de Estados Unidos iba avanzando Kilroy aparecía en Italia, Francia y Alemania.

La identidad de Mr. Kilroy se convirtió en un asunto que ocupó la curiosidad y la imaginación de mucha gente: hasta tal punto llegó que hubo quien afirmó que Kilroy era un espía, un adelantado de las tropas estadounidenses que dejaba su “huella” con el simple cometido de poner nervioso a Hitler. Para resolver el enigma, y de paso darse publicidad, una marca de automóviles organizó un concurso que buscaba al mítico grafitero. Como es natural, muchísimos soldados apellidados igual que el personaje afirmaron ser el genuino Kilroy, pero ninguno pudo aportar pruebas suficientes.

Cuando el premio estaba a punto de declararse desierto finalmente apareció un tal James Kilroy, obrero de unos astilleros encargado de revisar los remaches de planchas de acero destinados a los buques que transportaban tropas. Para indicar que las planchas habían sido revisadas satisfactoriamente hacía una marca con tiza, pero al comprobar que muchas de las planchas eran devueltas debido a que la marca se borraba, optó por escribir con pintura indeleble “Kilroy was here”.

Soldado americano

Uno se puede imaginar entonces a multitud de soldados que en su viaje hacia el frente veían la pintada en las planchas de los camarotes, de los comedores, de las salas de máquinas. El mensaje era sencillo, tenía gancho y algo de burlón: ideal para ser reproducido en los lugares que los nazis abandonaban al ser derrotados. Así que, si bien Jim Kilroy jamás estuvo en el frente, muchos soldados se adueñaron de su personalidad para dejar claro que al ejército estadounidense no lo paraba nada ni nadie.

Sin embargo el mensaje estuvo a punto de costarles caro a los soldados por un caso que, si no fuera por lo trágico resultaría hasta cómico. En Londres, hacia 1944, apareció asesinada en su piso una anciana. La única pista era una pintada en la pared en la que se leía “Ha sido Kilroy”. La policía no lo dudó y buscó al culpable entre las tropas americanas destacadas en Inglaterra sin éxito. Finalmente se descubrió que el homicida no era otro que un perturbado vecino de la víctima apellidado Kilroy que, por cierto, se mostró muy extrañado de que la policía tardase tanto en encontrarle cuando él mismo había dejado una pista tan evidente.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces y esta pintada se ha convertido en una curiosa pieza de historia. No es que la Segunda Guerra Mundial no se pudiera comprender sin su aportación, pero resulta curioso ver cómo algo tan común como una garabato en el contexto de un conflicto se ha convertido en una leyenda. En circunstancias terribles, lo cotidiano y guasón se hace heroico.

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