Festival de Bayreuth

Festival de Bayreuth

Los aficionados a la ópera, en especial aquellos que se estremecen con las composiciones de Wagner saben de qué festival estamos hablando. Soberbio, grandioso y muy a menudo polémico, el de Bayreuth pasa por ser el festival de este género más antiguo del mundo; y eso quiere decir que no sólo ha visto mucha historia, también que forma parte de ella... para bien o para mal.

Antes de comenzar dejemos claro su rasgo distintivo: es un festival centrado en la obra del compositor alemán Richard Wagner; es decir, sólo se representan sus obras. Para unos significa disfrutar de montajes variados y fascinantes de las obras de un compositor imprescindible; para otros (acompañantes y algunos críticos) supone unos cuantos días aguantando representaciones operísticas de varias sufridas horas de duración.

Todo comenzó en 1871, cuando las relaciones entre el compositor y su mecenas Luis II de Baviera empeoraban. Wagner buscaba ganarse la vida con su talento pero sin tener que depender de un benefactor, así que pensó que no había mejor manera de sacar rédito de su talento que organizar unas jornadas dedicadas a su propia obra, ahora que era famoso en toda Alemania.

Su intención era organizar el festival en Núremberg o Munich; pero un amigo, el director de orquesta Hans Richter le recomendó la ciudad de Bayreuth. Argumentó su recomendación, a sabiendas del carácter de Wagner, con tres razones: el lugar tenía un buen teatro con un amplio aforo y una buena acústica; se encontraba fuera de las regiones en las que Wagner no podía representar sus obras (tuvo que vender los derechos durante una mala racha); y, lo más importante, la ciudad no tenía ningún certamen cultural de interés que pudiera competir con el espectáculo que el autor había imaginado. Como se puede ver todo le convenía y parecía dispuesto a mayor gloria suya (de hecho no sabemos por qué Richard dejó que la ciudad se siguiera llamando Bayreuth sin exigir que se le cambiase el nombre por Wagnerburg).

El compositor se mostró encantado con la ciudad, pero no con el teatro. Lo consideraba pequeño y más apto para acoger una orquesta que a sus épicas y espectaculares obras. Así que comenzó una gira para encontrar quien le ayudara a financiar la construcción de un nuevo recinto. Sin embargo no lograba encontrar ayuda.

Wagner y el teatro de Bayreuth

Pudo resolver el problema durante cierto tiempo gracias a su especial astucia ególatra: creó las primeras "sociedades wagnerianas" (algo así como clubes de fans, pero mucho más serios) y gracias a sus miembros pudo costear parte de la edificación. No fue suficiente. Finalmente no le quedó otro remedio que buscar el apoyo de Luis II de Baviera que, siempre encantado con el arte del autor, cedió parte de su patrimonio para el proyecto.

Entre búsquedas de dinero y retrasos el primer Festival de Bayreuth se celebró en 1876. Asistieron multitud de personalidades, tanto de la política (caso de Kaiser Guillermo I, Pedro II de Brasil o, evidentemente, Luis II de Baviera); la cultura (Friedich Nietzsche); y, por supuesto, la música (Edvard Grieg, Piotr Chaikovski o Franz Liszt).

Bayreuth se convirtió en lugar de referencia y su festival en uno de los más influyentes. Se cuenta que muchos directores accedieron a hacer su trabajo gratis. No extraña pues que sus directores, para mantener su prestigio, no trataran de alejarse de la ortodoxia en las representaciones, respetando las duraciones e incluso las escenografías sugeridas por el autor. Las variaciones llegarían a partir de 1920 y de la mano de peligrosos seguidores.

En efecto en 1920 Winifred Wagner, nuera del compositor y regente del festival desde la muerte de su esposo, comenzó a frecuentar la compañía de Adolf Hitler, fan "fatal" (en mucho sentidos) de Wagner. El político influyó en Winifred hasta tal punto que fue convencida para introducir variaciones en las obras más representativas de su suegro. Empezaba la época más polémica del festival, la que le ligaba a la visión megalómana de un régimen demencial. Con el paso del tiempo y el ascenso de los nazis el festival cada vez quedaba más ligado al Tercer Reich. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, su dirección pasaría a manos del Partido Nacionalsocialista. Una lacra de la que todavía no ha terminado de deshacerse.

Tras la derrota alemana uno podría pensar que el festival estaba abocado a su desaparición, pero no fue así. Aunque la ciudad de Bayreuth casi se evapora del mapa debido a los bombardeos aliados, el teatro siguió en pie. Las autoridades consiguieron conveniente que se siguiera celebrando el certamen a partir de 1951, aunque se le denominó "Nuevo Bayreuth" y se apartó a Winifred Wagner, acusada de colaboracionismo, de su organización. Recogían el testigo sus hijos, Wolfgang y Wieland.

Tan alejada quiso estar la dirección de su reciente pasado que vez casi le cuesta la existencia al festival durante los años 50 y 60. Se optó por hacer las obras más sociales y minimalistas, llegando a suprimir los aspectos más "germánicos". Esas innovaciones no convencieron a demasiados críticos, que pensaban que los hermanos también se habían pasado... pero por defecto.

En 1973 tuvo lugar otro cambio: la familia Wagner dejaba de encargarse del "negocio familiar" y dejaba todo en manos de la Fundación Richard Wagner, que si bien dejaba en su cargo a Wolfgang, incluía a miembros nombrados por el estado. En la práctica significaba que el gobierno bávaro también podía decidir sobre el acontecimiento.

Wolfgang dirigiría Bayreuth hasta 2008. La designación de su sucesora traería una nueva polémica y varias discusiones entre sus hijas Katharina y Eva. El Ministerio de Cultura de Bavaría tomaría la salomónica decisión de nombrarlas codirectoras.

Y así llegamos a nuestros días, en los que Bayreuth sobrevive con fuerza, está logrando despojarse de los fantasmas de su pasado y continúa con una racha de éxito de la que una cifra es testimonio: cada año se reciben más de 500.000 peticiones para las 60.000 entradas que se ofrecen. Otro dato: hay una lista de espera de entre 5 y 10 años para algunas representaciones. No cabe duda de que al mismísimo Wagner esta mezcla de devoción, negocio, arte y prestigio le hubiese encantado.

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