El hábito de comer insectos en diversos países del mundo

El hábito de comer insectos en diversos países del mundo

Comer insectos en diversos países del mundo

Cuando a uno le hablan de entomofagia, se le pone cara de haber caído en una conversación demasiado ajena a lo coloquial, y al explicársele que la susodicha consiste en comer insectos, el gesto puede devenir tanto en una mueca de asco como de curiosidad. Lo cierto es que en España no nos resulta extraño oír hablar de esta práctica gastronómica, pero verla fuera de los documentales de sobremesa suele trastocarnos por norma general. Y los valientes que viajan y deciden probar suerte con estos manjares se cuentan con los dedos de las manos.

Si eres de ésos, has de saber que tienes un amplio abanico de países donde los insectos son una pieza más de la cocina local, tanto en América como en Asia o África. Lógicamente, por razones biológicas, en cada latitud se dedican sólo a ciertas familias, desde artrópodos a arácnidos o miriápodos, pues la exportación de bichos comestibles aún es un negocio en ciernes. No obstante, la oferta suele ser bastante amplia en todos ellos, como también es manifiesta la devoción por algún ejemplar en concreto. El elemento común a esta controvertida dieta es que, a grandes rasgos, los insectos constituyen un formidable aporte de proteínas, nada lejos de muchos alimentos con los que solemos sobrevivir. De hecho, su valor nutricional es en algunos casos mayor, lo que ciertos entendidos subrayan, junto a la presencia masiva de estos animales, como rasgo indicativo de que la entomofagia será el recurso alimenticio del futuro.

Hasta que este postulado se descubra como cierto o clamorosamente erróneo, os diremos dónde pueden degustarse los más sabrosos y deliciosos bichos. Empezando por Sudamérica, podríamos mencionar los famosos chapulines de México -unos saltamontes muy consumidos- y las hormigas culonas tan célebres en Colombia, así como la pasión que existe en otros países de la zona por degustar larvas, gusanos, grillos o chinches de monte. Al igual que sucede con otras materias primas, los insectos pueden someterse a una infinidad de procesos culinarios hasta convertirse en un verdadero plato, desde la maceración a la fritura o la cocción.

En otras latitudes, la costumbre de comer insectos disfruta de un calado similar; en Asia central y oriental son incluso elementos de alta cocina, aunque se vendan desordenadamente en mercadillos callejeros. Deambulando por ellos, uno puede encontrarse con cestas llenas de arañas o escorpiones, que te tuestan allí mismo hasta que se vuelven crujientes como un fruto seco, o incluso toparse con algún puesto para gourmets, donde hacerse con sabrosas libélulas o larvas de avispa. Del mismo modo, dejarse caer por el continente Africano facilita esta clase de hallazgos; allí son típicos, entre otros ejemplares, las cigarras o las grandes y viscosas orugas, que hasta crudas y recién rescatadas de una planta siguen considerándose una delicatessen.

Aquí en Europa no resultamos tan proclives a ser insectívoros, aunque nuestros ancestros recurrieran a ello en su momento, ya fuera por gusto o necesidad. Lo que está claro es que, para bucear en los entresijos de dicha gastronomía, es preciso abrir la mente en primera instancia. Si el problema estriba, pongamos por caso, en la dificultad que entraña viajar a enclaves tan remotos, siempre queda la posibilidad de consumir latas y productos envasados con la ilusión de encontrar algún bicho perdido que nos tiente a abrazar la entomofagia.

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